Olla podrida

Pues el título de esta entrada no pretende más que ser alusivo al «Año Cervantino» ya que figura entre su gastronomía a pesar de que el nombre no sea atractivo para algunos. Como últimamente impera esta memez de lo «políticamente correcto», hasta en la Venta del Quijote en Puerto Lápice (que se come estupendamente por cierto) eliminaron de la carta el nombre sustituyéndolo por el de «olla de la Venta». Y la verdad es que no deja de ser un potaje con mucha enjundia. Pues eso, sigo con lo de potaje y la mezcolanza que, al igual que en la entrada anterior sobre «el Astropajo», me sigue invadiendo.
En este mes que he dado descanso al blog, siguen los entretenimientos varios. Entre la cuestión política (Jesús, que lío, pero yo también quiero ser vicepresidente), que es un alarde de imprevisión, egoísmos, infantilismos y otros «ismos» aderezados con la dislexia del presidente en funciones que se le lengua la traba, ya cada vez pongo menos la televisión y me remito a las noticias de la otra prensa, la digital. Como diría Miguel Hernández, «dejadme la esperanza».

Pues terminó enero con algo que, por esperado no dejó de tener importancia, al menos la familiar y doméstica. Se casó nuestro vástago con su compañera, ya esposa. Fue en el Ayuntamiento de Londres donde no le pusieron las trabas que ponen por estos lares hispanos. Sólo ir con los pasaportes, rellenar un papel y elegir el día junto con dos testigos. ¡¡¡Tenemos de compadres a unos «guiris»!!!. No fuimos porque no hacía falta, ellos dos eran los que si tenían que estar, faltaría más; y entre que se venían a los cuatro días a Granada, una especie de viaje de novios, y que no somos dados, ya se sabe, a protocolos accesorios, bodas, entierros (es parecido), homenajes, etcétera, pues nos quedamos aquí y santas pascuas. Estaban preciosos como puede verse, tanto Lucía (soy un suegro que presume de nuera) y el vástago.

Pues nada, ¡¡¡Que vivan los novios!!!, que después de casi diez años juntos siga la cosa como hasta ahora. Bueno, ya somos suegros.
Voy a seguir un poco, que esto va por entregas, con la cuestión docente. Pues me estrené como profe con unas clases particulares de Matemáticas recién aprobada la Reválida de 4º, verano del 61. Apareció en la Academia de mi padre un sujeto que necesitaba clases de 2º y de 3º pero que las quería para él solo, nada de grupos. Recuerdo que se llamaba Julián Sesmero Díez, y que venía de locutor a Radio Juventud de Málaga (cadena del Movimiento por aquél entonces), al parecer no tenía titulación y necesitaba intensivamente ponerse al día. Era un sujeto muy correcto y al parecer se volcó en elogios para mi. 150 pesetas al mes por dos horas diarias de clase; a mi me venían de perlas ya que la «paga semanal» eran 25 por aquella época. Julián, años después se convirtió en un factótum en Málaga, un referente.
Me seguí manejando bastante dando clases en la Academia, al año siguiente con grupos, siempre de Matemáticas elementales, hasta que ya estudiando en Granada, los veranos eran la prueba de fuego: por las mañanas unas clases particulares en Torremolinos hasta la una, y por la tarde tres horitas a grupos en la Academia paterna. Cobraba (y bien cobradas) las de por la mañana y las de por la tarde contribuían a la economía familiar. De todas formas lo de Torremolinos supuso un magnífico aporte a mi economía y máxime estudiando fuera. Estoy pensando en que merece una entrada este episodio, de forma que daré un salto a mi debut en la enseñanza oficial, la de Instituto, reservando la de los tres años que estuve en la Facultad para otro momento.
Pues aterricé en el Padre Suárez en el 71, con el curso que acababa de empezar, haciéndome cargo de las Ciencias Naturales del nocturno y de los de 2º de Bachillerato de diurno, unos pipiolos que se sorprendieron de que las Ciencias se estudiaban también en el campo:
Que caritas, entonces para el 2º de Bachillerato tendrían once años. La foto es en la ribera del Genil, al pié de Sierra Nevada. Íbamos en tranvía y concretamente en ésta nos bajamos en Casa Serafín, hoy Los Pinillos. Estaban tan poco acostumbrados a una salida de este estilo que hasta uno (recuerdo que se llamaba Moreno Jábega) se trajo a su perro.
Pocos meses después, recién casado (Carmela está a mi lado), con el mismo grupo ahora en la estación del tranvía de la Sierra conocida como «Maitena». El mismo prenda de Moreno Jábega tumbado en el suelo; años después me consta que está hecho un magnate de la hostelería en Chicago, sólo paellas, tortilla española y que vende tanto Rioja que hasta fleta un barco lleno de vino. Apuntaba maneras.
Lo del nocturno es otra historia, entonces eran trabajadores que querían mejorar sus estudios y ese año además muchos militares, suboficiales, guardias civiles y policías armadas ya que al parecer si querían ascender tenían que superar la Reválida. El primer día de clase, al entrar se pusieron todos de pié con taconazo incluido. A esto último me negué, que un aula no era un cuartel ni yo el oficial. Pero al poco se estableció un trato excelente, al punto que ante mi boda tras una colecta me regalaron una figura de porcelana de Lladró, de las que estaban de moda en la época, un detalle al margen de la estética.
La cuestión es que el ambiente era fenomenal, con los alumnos y con los compañeros. Compartíamos casi todo lo compartible, no era raro el que periódicamente nos fuéramos a comer juntos:
Mesón de la Reina, La Zubia, en las afueras de Granada. En el centro el inolvidable Don Antonio Torres Castaño, el jefe de Seminario, solterón empedernido y entrañable persona. Le acompañamos con nuestras mujeres el resto del Seminario, el «señorito Minchó» y el menda. 1972. ¡¡¡Que tiempos!!!.

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