Pues en estos días de agosto, como no hay muchas cosas que me despisten es mi memoria la que me entretiene, y no, no estoy hecho por ahora un carcamal melancólico que cree que lo anterior era necesariamente mejor y que echo todo de menos. Es sencillamente aceptar la evidencia de que hay mucho irreversible, termodinámicamente irreversible y que pretender que se repitan acontecimientos, conductas y resultados es casi imposible al ser distintas las condiciones temporales y nuevamente, las termodinámicas.
No es cuestión de un rollo físico, pero no puedo pretender subir una cuesta o un monte como lo hacía en los sesenta porque sencillamente tengo cincuenta años más, ni bucear (si, yo buceaba a pulmón, ahora se llama en apnea, toma ya), ni otras cuestiones en las que prefiero no entrar por aquello del posible horario infantil, pero ampliando lo dijo muy bien el actor Juan Echanove cuando le preguntaron en qué se nota la edad y respondió «en que las resacas duran dos días», pues yo ya ni resacas.
Eso si, del coco (todo lo que hay dentro del cráneo) no me puedo quejar, más o menos funciona razonablemente.
Lo que me lleva a escribir esto es el supuesto que me he planteado si estuviera en activo dando clases; ni siquiera dedicado al Museo, sólo dando clases que es lo que más me ha gustado y que creo que no se me ha dado mal. ¡¡¡IMPOSIBLE!!!.
No me veo dedicando más tiempo a rellenar impresos, estadillos, redactando memorias o preparando esa cosa que llaman «mapas conceptuales» para dar una clase, que sencillamente dando clases como Dios manda, sin el recurso discutible de un ordenador portátil y un artilugio (creo que le dicen cañón) que va proyectando lo que estaba en el mismo o que, como al parecer se hace, algo que ya estaba preparado en internet (cortar y pegar); lógicamente sin tener en cuenta la casuística de cada clase, todos por igual vaya a ser que potenciemos al buen alumno en detrimento del cenutrio que al final debe sacar la misma nota. Alguien (impresentable diría yo, y lo se por lo anodino de su trabajo) me dijo en los noventa en los comienzos de la «nueva educación», que yo tenía un concepto «darwinista» de la misma. Pues vale, si así te quedas contento, ni discuto, sencillamente no se entera esta cohorte en la que coincidir en algún momento en las últimas sesiones de evaluación me producía sonrojo. No, el nivel intelectual lo adivinaba camino de los maleolos.
¿Encajaría hoy un profesor, sin falsa humildad, bien preparado con una barra de tiza como arma, que casi no hacía exámenes y se basaba preferentemente en preguntas orales?, y que encima hacía semanalmente prácticas de laboratorio y salidas al campo, calificadas por supuesto. A propósito, poco antes de la jubilación echamos cuentas «mi Pepe» (el chofer de toda la vida para las excursiones) e hicimos al menos unas 250 excursiones, con la libreta de notas, eso si.
No sería mala dinámica si además iba trufada del acercamiento al la asignatura y al disfrute de la misma. ¡¡¡Cuantos alumnos eligieron estudios relacionados con lo aprendido!!!. Y todo eso es IRREVERSIBLE, pero ahí queda.
Me dicen que hoy día se pueden hacer y calificar preguntas orales en clase, pero que son tales las condiciones previas a cumplimentar que mejor no hacerlas. Ya sufrí en una ocasión el no poder demostrar que en un examen final oral, como de trece preguntas sólo se respondió a una, vino la «superioridad administrativa» y aprobó al sujeto/a. Los padres se movieron algo fino.
Es lo mismo que si hoy, y de camino inserto algunas imágenes del Museo, pretendemos usar con los alumnos este aparato: