Ni los comuneros

Ni Padilla, ni Bravo y ni Maldonado serían capaces de conservar la sangre fría, el cerebro en su sitio, y en definitiva la compostura y gallardía que la Historia les confía si estuvieran aquí y ahora en el siglo XXI. Sin echar de menos al respecto a Carlos V, me reafirmo por empacho, hartazgo y algo de repulsión, en que no voy a entrar en cuestiones políticas. Menos sobre el futbol, que ahora por las circunstancias está con el embrague pisado.

Pues en este tiempo de estar «confitados», seguimos acosados por «expertos» que saben de todo, no es la primera vez que me refiero a ellos, a estos que hablan de cambio climático a la par que de la bondad o maldad de mantener a las Matemáticas o a la Filosofía como asignaturas fundamentales, o si se tercia sobre los efectos del estraperlo de pan rallado en la economía de la Costa Azul.
Lo digo retrotrayendo las tonterías (así las veo) contradictorias que el efecto del tabaco, solanácea del género Nicotiana, ejerce sobre el virus tozudo y maligno. Que si la nicotina anula su efecto, y me digo, mira que bien. Que no, que es la nicotina y no la aplicable fumando; quedo algo desconcertado, en vena es tóxica como ella sola. Que el calor destruye al virus, bueno, pues en estas geografías estamos casi de enhorabuena. Remedio barato. Y ahora sale el experto superlisto: el humo en las terrazas puede ser fatal, que no se fume. Bueno, si sabe que el humo existe como tal, sabrá que asciende precisamente por su alta temperatura, la misma que anularía según otro el otro experto la virulencia, y que entre sus componentes el que prevalece son la p.s.s (partículas sólidas en suspensión), nada de goterones de baba portando la carga letal. En fin, que fumar no es bueno, de acuerdo, pero el silencio ante lo que se desconoce es sublime.

Lo confieso, en este periodo uno de mis consuelos ha sido que la pipa (la de fumar) no me ha abandonado, y por tanto los paquetes de tabaco me han distraído en algún momento. En especial las leyendas supuestamente disuasorias para el fumeque que vienen en los paquetes, «Fumar mata», sale en todos, acompañada de otras que van alternando: «Fumar reduce la fertilidad», «Fumar daña los dientes y las encías», y varias más en el mismo sentido cuyo éxito no entro a considerar. Pero hay una que especialmente me ha hecho pensar, máxime por figurar en un paquete de tabaco de pipa, «Fumar puede matar al hijo que espera». Hay que hacer un esfuerzo extra para adivinar cómo va eso. Generalmente los que esperen hijos son personas del género femenino en nuestra especie y en muuuuuchos seres vivos, y la verdad es que tengo escasísimos datos, los hay, de mujeres fumadoras en pipa. Al pronto recuerdo que en los años ochenta una catalana ganó el concurso de fumada lenta, o con anterioridad una periodista de El Caso de la que no recuerdo su nombre. No se si, en la actualidad en algún lugar recóndito resista una fumadora en pipa, pudiera ser en Bergosa de la Garcipollera, provincia de Huesca, que en todo caso tendría dificultades de suministro y más aún, de copulación y con resultado fértil que la intervención de varón es necesaria, la partenogénesis para otro día o para dogmas evangélicos. En fin, que se han pasado con esas leyendas antifumador, y menos mal que ya no son frecuentes las fotos con estragos por fumar, cánceres, enfisemas y demás desgracias cuya inserción era de dudoso gusto.

Una cosa positiva y entrañable se ha suscitado a partir de la peliculita de la burra que se reencuentra con su dueño. Algunos sabrán la defensa que siempre he hecho de estos animales, defensa que  plasmé en un trabajo/estudio en el que impliqué en mis tiempos a tres alumnos. Lo que empezó siendo un estudio sobre las figuras y motivos decorativos de las esquilas, pasó a las mantas, albardas y demás abalorios y se amplió al burro, sin más. Un animal excepcional y mucho más inteligente que el caballo. La propia complicación del relincho lo manifiesta, el del caballo es simple, mientras que el del burro son cinco o seis ji-jo rematados por un resoplido, la articulación del lenguaje es indiscutible. Viene a cuento lo que escribió un ex ministro francés de Agricultura, Edgard Pisani en el prólogo del libro de René Metz «Todo sobre asnos y mulas» del que extraigo este párrafo :

«¿Por qué sigue sufriendo la comparación con el caballo por parte de la gente? Porque es más modesto, menos arrogante, menos exigente. Porque es un animal de carga y no de desfiles. Porque sirve al intendente y no al guerrero. A Sancho y no a don Quijote».

El trabajo completo  que hicimos es, y no por falsa modestia, bastante interesante, al punto que lo presté en una ocasión y me lo fusilaron literalmente sin más permiso ni nada. No es la primera vez.
Insisto, lo de la burra Baldomera, entrañable.

Y antes de pasar a la sesión fotográfica, una pregunta me queda en al aire estos días. ¿Han aprovechado los jóvenes para leer?; ya no digo a Galdós, el gran olvidado del año, sino a un Tintín, cuyos libros y aventuras reivindico como podría hacerlo con Salgari o Verne. Sin entrar en disquisiciones tintinófilas que las hay y muchas, es una lástima el que esté cayendo en el olvido sin sopesar la cantidad de conocimientos que aportan sus aventuras, a la par que interesantísimas.

Pues ahí va la primera imagen, como siempre, personal:

Rara, ya lo se. En mi plan de estudios de Geológicas para tener el título una vez todo aprobado, había que hacer una tesina, años sesenta, hoy pasarían por tesis doctorales perfectamente. Mi tesina fue acorde con mi carácter, algo extravagante, sobre la Laguna de Fuentepiedra. Ahí me esta ayudando Antonio, el guarda de la laguna a sujetar el bote neumático a mi rubicundo 4L que al ser primer modelo tenía sólo tres marchas. Magnífico excepto por el color gris. Mi madre decía que sólo le faltaba la cruz para ser un «coche de muertos». En aquellos tiempos la Laguna tenía más de tres metros de profundidad, hoy, por motivos que nos alejan de este blog, eso es impensable.
Y del Museo: 

 No se me interprete como sensiblero, pero es un conjunto de pareja de codornices que al pié de la hembra tiene dos polluelos. Aparentemente eso no tendría gran valor zoológico, pero si que lo tiene como alarde de taxidermia, ya que la de esas crías tan pequeñitas es una obra de arte y muy dificultosa.

Otra de un conjunto poco usual:

Una espléndida maqueta en escayola de un Gliptodonto; reconozco que felizmente restaurada por Carlos Jerez, un colaborador estupendo. Traigo aquí al fósil del Cenozoico por aquello de que pudo ser un tatarabuelo de los armadillos y pangolines actuales, y éstos con lo del virus están de moda.

Y un cacharrito para despedir:

Se llama Radiómetro de Crookes. Es muy vistoso cuando se le ve funcionar y muy sencillo el hacerlo. Es un molinete con cuatro láminas de mica pintadas de negro por una cara. Al acercarle un foco de calor (una bombilla, incluso la llama de una cerilla es suficiente) la radiación del mismo hace que se ponga a girar ya que es distinta por una cara que por otra. Un par de fuerzas de origen calorífico.
Ahora bien, Crookes, el inventor del cacharro, inventó no pocos artilugios para Rayos X y al final se le fue literalmente la olla con cuestiones esotéricas, al perecer quería atraer al espíritu de un hermano fallecido. En el mundo de la Ciencia hay de todo, como en botica.
Y nada más, que hoy acaba mayo. A seguir con paciencia, y sobre todo sensatez.

6 comentarios en “Ni los comuneros

  1. Teresa Juan

    Luis como siempre ocurrente y entretenido. El tabaco y tú los tengo siempre asociados, lo tienes muy claro el disfrute que te proporciona, pues a seguir con su compañía, pues esas son las cosillas que hay que aprovechar cada día. La parejita de la familia de codornices, preciosa!
    Un beso Luis y a seguir

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