Pues entre que estábamos creciendo a un buen ritmo y Año Compostelano añadido al atractivo natural gallego, la asistencia fue de lo más nutrida, ni un viaje del IMSERSO.
Foto de familia en Lugo, y eso que faltamos los tres que hacíamos «fotoperiodismo».
Fueron unas Jornadas muy particulares, la verdad. Siempre digo que si las que organizamos Juan Leal y yo, fueron «espartanas», Antonio Prado, el ahora responsable responde que las suyas, las gallegas fueron «atenienses»: al ser tales fechas en Galicia, se nos consideró como otro evento compostelano; subvenciones sin reserva, atenciones por doquier, tras o cuatro kilos de más cada uno pero, a cambio recorrimos las provincias gallegas, sus institutos históricos, con mejor o peor acogida, en general buena salvo alguna postura cercana a la grosería; particularmente pienso que, al estar tan oficializadas eso suponía mucha presencia de políticos y por tanto quizás recelos entre algunos.
La cuestión es que empezamos con un gran ambiente. Nada más llegar un grupo me tomó por cicerone por aquello de mis «conocencias galegas», y en el primer paseo por la Rúa del Villar, en el Bar Negreira (de mis grandes amigos Isabel y Juan, «el pataca») nos topamos con Antonio Prado acompañado de un «crac» que en principio desconcertaba y a los tres minutos era entrañable o al menos para mí, Julio Reboredo, «Cheta». Con un humor extravagante, sólo apto para mentes abiertas y rápidas, y un corazón como la copa de un pino (que sea grande el pino, se entiende). En ese encuentro previo, dada la visión que desde la rúa hay hacia el interior, al poco aquello fue una bola de nieve y éste fue el resultado
¡¡¡Al ataqueeee!!!.
Injusto sería omitir el encuentro allí con Antonio Rial, tras Prado en la imagen; Rial acababa de ser sustituido como director del MUPEGA (razones políticas obvias) y quedó en su puesto en la Universidad compostelana. No hay que olvidar que dio el pistoletazo a que se realizaran las Jornadas gallegas. Sus sucesores no le invitaron.
A lo que vamos, inauguración oficial en el MUPEGA, el director a la sazón Emilio Castro, no cabía en la camisa, conferencia, intervención de unos chicos aragoneses que nunca supe muy bien el porqué habían aterrizado allí, y que daban un tufillo a cierta superioridad, para mi que no aportaron absolutamente nada; Manolo Gálvez Caravaca, del MEC, que en jornadas anteriores hizo presencia anunciando la oferta del ARCE (bastante positiva por cierto); recepción en el Ayuntamiento con un calor premonitorio del de días posteriores, gran figuroneo del director del Xelmírez I, comida pagada por el municipio compostelano en el Casino de la Rua del Villar (el pulpo de aperitivo estaba durísimo), ¿quien me iba a decir que iba a almorzar en ese sitio tan elitista de Santiago, a mi, que he pasado cientos de veces por la puerta y lo más que me he tomado ha sido un chocolate?. Conocí a la concejala Mercedes Rosón (si, sobrina del que fuera ministro) que dio la casualidad que había sido muy amiga de uno común, Paco Rico, que lleva muchos años en Granada.
Por fin, nuestras comunicaciones a la tarde en el instituto Xelmírez.
Intervención de Alberto Michelon (Albertini). Representó de forma muy inteligente al Instituto de Cabra. La identificación del personal mediante las calvas me es muy difícil, que cada palo aguante su amplia tonsura.
Mucho viaje gallego vino después, con visitas a los institutos históricos, iba a decir «afectos», pero me parece que alguno fue un tanto desafecto. Comenzamos por el de Lugo, con Prado como anfitrión y docto conferenciante (a mi entender, debiera estar más asistido por otros para las cuestiones de gabinetes científicos), un ágape impecable de media mañana. Eso si, la cuestión de condumio fue espléndida en Galicia. El de Orense, con un salón de actos de lo más «kitsch», es decir cateto con rimbombancia, y yo aproveché para «trabajar»: dar con la casa de Taboada Tundidor y hacer unas fotos, cuestión que logré. Parece mentira que esta persona y su familia, con lo que supusieron en Orense estén en el olvido. En la investigación ando. El de Pontevedra lo dejamos, ya que fue el que cerró con un acto oficial con coro y todo, aparte de Feijoo, codazos entre políticos ya que entre BNG y PP las cosas eran y son como el sulfúrico y el agua.
Entre lo llamativo, el Castro de Viladonga. Excepcional y sorprendente con la ayuda de Julio Reboredo (Cheta), como hizo antes en el recorrido por Lugo, murallas incluidas. Es un fenómeno. Aún recuerdo cuando pasábamos el grupo tras de él por la calle San Marcos y se vuelve a un balcón gritando ¡¡¡adios, mamá!!!. Extravagancia para necios, bienhacer y humor inteligente, al menos para mi.
El rubicundo Cheta en acción, a la izquierda Rafa Ibáñez (mi ex-dire de instituto) que no quería estar ausente.
Cambio de impresiones en las Murallas de Lugo con el compañero (y amigo) Miguel Mª Jiménez de Cisneros
Mientras, todo el rato una pretensión más o menos subterránea para que las próximas Jornadas que estaban fijadas para Cabra, fueran sustituidas por otra ubicación. Pretensión sin éxito. Eso llevó a una sorprendente intervención en la clausura en la que alguien dijo solemnemente «Madrid nunca organizará unas Jornadas». Lo curioso es que el resto de los madrileños presentes callaron como tumbas. ¿Se sintieron representados?. Enigma.
Y, para finalizar, Antonio Prado, que de tonto no tiene un pelo, bueno, no es que tenga demasiados de todas formas, propuso en la clausura el que nos constituyéramos de una vez como Asociación y el que recayera en mí la responsabilidad, es decir, la presidencia. Hubo acuerdo, es decir, por aclamación. Si no lo pongo reviento, que conste que esa idea se barajó desde las primeras Jornadas, entonces con el nombre de Red de Institutos…, y algunos se oponían totalmente a su creación. ¿Motivos?.
Ya finalizadas, emprendí el viaje en mi magnífico Fiat 600 (el «picuillo» le decía mi mujer) para Granada haciendo noche (tarde-noche) en Tordesillas.
Hasta aquí otro episodio de la Asociación, paréntesis y otro descanso personal.