Es por no cansar tanto de lo mismo, como la idea de «sorbete» en comidas pijas, una espumilla de limón entre plato y plato (que por cierto se debe tragar de un sorbo, de ahí su nombre), y limpiar fauces y esófago para dejar impoluto el tracto digestivo a nuevos sabores. Siempre me ha parecido una gilipollez, pero vale. Ahí va mi sorbete:
Comoquiera que puedo hacer entradas sobre mi actividad docente, oficial y no oficial, la política, la de cargo público, los avatares en años universitarios, en el instituto (en el Museo ya está hecha, casi), en Granada en general, y dado que muchos, como no me saben encasillar, me adjudican ciertas extravagancias, haré unas apreciaciones sobre el origen de ellas, algunas reales.
Si con nueve añitos que entré en el Instituto en Málaga, el Nuestra Sra. de la Victoria, me recibieron con una Religión, Antiguo Testamento, autor un recalcitrante, Zahonero Vivó, Editorial Marfil, y el cura que la daba, padre Espinosa Pacheco, el «Padre potaje» (en otra ocasión hablaré de los motes) que complementaba la asignatura con el Ripalda, catecismo ya de por sí machista: «Decid niños cómo os llamáis, respóndase: Juan, Pedro, Antonio, etcétera», la única referencia al género femenino era etcétera; se quedó con ganas de decir «etcétero». Y además, en Política, nada de FEN (eso fue después), en un libro que solo se vendía en el Frente de Juventudes, había que aprenderse de memoria una supuesta «Oración por José Antonio» que comenzaba: «Señor y Dios nuestro, José Antonio esté contigo…», pues el resultado a los pocos años fue este:
Menos mal que uno, autodidacta para muchas cosas, en su evolución hacia lo que consideraba más propio, en un primer estado, ya con diecisiete años, apuntaba formas, compruébese más abajo:
Empecé a quitarme cosas de encima y a añadir humor a la vida, ausente totalmente del sentido del ridículo.
Pasé al poco a ser cada vez más yo mismo:
Juan López Giménez (el fiero), Rodrigo, Melchor (Señorito Minchó), el menda con un puro, y el pobre Coco Ruiz de Almodovar (DEP).
Ya en la Facultad; los geólogos siempre hemos tenido fama de borrachines y pendencieros; esto último lo sustituyo por cachondos mentales. La foto del 1967 es elocuente.
La verdad es que me perfeccioné en virtudes. Como en mis años de instituto no era raro el que hiciera la «piarda» (rabona, novillos, pellas, según el sitio), ese tiempo lo invertí de forma muy provechosa en aficionarme al billar, al normal de tres bolas y a jugar sin mariquitadas de mesas con agujeros ni bolas con numeritos. Con el tiempo, pulí esa extraordinaria habilidad y me convertí en lo que se llamaba en el argot «un gancho»
¡¡¡Que forma de coger el taco!!!, de maestro. Por cierto, el taco articulado de la casa Escardibul me lo regaló Carmela, mi parienta.
No me puedo resistir a este inciso billarista.
Que maravilla de sitios eran los billares, eso era una auténtica mezcla de clases sociales y edades, los «pubertos» y adolescentes con los ojos como faros y los oídos más que abiertos, se aprendía mirando sobre todo, y sin rechistar y con respeto, sólo se accedía al juego cuando había algo de dinerillo para arriesgarse a un «pierdepaga». Los comecocos fueron ganando el terreno y no digamos hoy con los «nintendo», pasando por las máquinas de bolas (flipper), y aquellas magníficas de tiro al oso que rugía y que para nuestros bolsillos era cariiisima.
Volviendo al billar; elegante como él solo, obliga a sicomotricidades como pocos juego-deportes, una hora dando vueltas alrededor de una mesa y adoptando posturas infrecuentes supone un ejercicio de lo más saludable, sin contar la conversación y anécdotas. Aún recuerdo el artículo que escribió José Luis Coll (Tip y Coll), gran billarista, sobre «el churro», esa jugada de suerte no buscada. Descojonante. No sería descabellado que en los locales de tercera edad, asociaciones, etcétera, se dispusiera de una o dos mesas, y atrayendo a jóvenes, naturalmente.
Ya está bien de filosofía del billar. Volvamos a la justificación de las extravagancias.
Se dice, y probablemente con razón, que los mayas ya conocían el cálculo infinitesimal, es decir que para llegar de dos a tres antes hay que pasar por 2’1; 2’2; 2’3 etcétera, y si metemos centesimales pues ahí ya la releche. Algo así como las aporías de Zenón, ya se sabe, Aquiles el de los pies ligeros, la tortuga que nunca llega, pues lo mismo aquí.
¿Alguien cree en las transformaciones súbitas? ¡¡¡Noooo!!!, por ejemplo, entre las dos primeras imágenes de esta entrada hubo sus estados intermedios; por ejemplo:
Con la ayuda de una gumía que trajo mi abuelo Napoleón (en serio, se llamaba así) de la Guerra de África estoy intentando quitar la monda a las ataduras del ridículo estúpido.
Claro que años más tarde, otros me pusieron otra monda que tuve encima unos 16 meses, ésta irremediable y casi dolorosa, véase:
Ahora bien, ¡¡¡que marcialidad!!!, reconocedlo, que no os cueste, con que gallardía y gesto alegre posé ante un brigada fotógrafo que no se si el veterano era él o su jugo gástrico.
Afortunadamente todo pasa, ya lo dijo el griego, recuperé la mirada, mi gesto, y si no compruébese:
Día de mi boda, obsérvese con qué mirada obsequio a mi suegra (muy parecida a la que me lanza ella a mi, «era el principio de una gran amistad»), a la izquierda asoma mi suegro, una gran persona, algo mi madre (que voy a decir) y a mi lado y hasta el día de hoy, ya con gesto paciente, la recién casada, Carmela.
Como buggs boony, no se vayan, aún hay más, había que superar el nivel de las extravagancias y ésta fue sublime:
No corran, en efecto soy yo, y lo que es peor, precedía a unas filadas de moros y cristianos de Elche en Sierra Nevada. Los contraté para algo con total coherencia: un Campeonato de Esquí alpino que presidía una de las infantas. Primero desfilaron por el centro de Granada, al día siguiente (el de la imagen) a Pradollano en la Sierra. Yo, feliz.
Pero que mala es la envidia, y a veces el envidioso lo tenemos cerca, muy cerca, casi adentro. No me podía imaginar nunca que una muela mía tuviera ya ese pecado capital de los españoles, véase:
La muy jodida me causo ese flemón que parece sacado de una viñeta de Mortadelo.
Y por ahora ya está bien de reírse de mi y de mis extravagancias.
En otra entrada, más, palabra de extravagante. Clatus, parara y mixtus fueron las del extraterrestre.
Descojonante
Luis, la foto del milico de Ingenieros podría ser del tito Augusto (el chileno). ¿Estás seguro de que eres tú?