Loja y otros (II y seguimos)

Sirva esta entrada como continuación a la anterior, pero que en coherencia (cosa difícil) la ilustraré previamente con algunas de las cosas (elementos) que dejé en el Museo del Padre Suárez, algo así como aperitivos a la batallita que estoy contando:

Bellísimo ejemplar de Lima striata del Triásico.
Ejemplar de Paradisea apoda (Ave del Paraíso) que, además de su espectacularidad muestra el buen estado de la mayoría de lo expuesto.
Pues siguiendo con Loja, con que algunos de los alumnos citados en la entrada anterior ya serán abuelos, que a muchos de ellos les ha ido muy bien según me consta, aunque alguno ha fallecido (Curro Fajardo, Molina Rodríguez) y valga un recuerdo para ellos, insisto en que el hecho de vivir allí supuso cierta atención en la localidad ya que era la primera vez que un catedrático lo hacía (entonces los catedráticos gozábamos de otra consideración) y lo digo ausente de elitismo, pero precisamente esta ausencia provocaba más atención aún. Nuestra casa era lugar de reunión de grupos de alumnos, lo que no era usual en la época, años 75 al 80. 
Para colmo, cuando nació nuestro vástago se le paseaba de esta guisa:
Inevitablemente hay que comentar. Es en Semana Santa, se ven los morriones (capirotes) de los Incensarios al fondo. La pintada que se adivina refleja que estábamos en la Transición. Mi hijo con pelo rubio y con un «mono» que por cierto le regaló Remedios Casamar. La mochila no sólo llamaba la atención (me imagino que hoy día lo mismo), sino que servía para que al entrar en algún bar le daban al insurrecto una loncha de jamón y un piquito de pan y se quedaba entretenidísimo. Lo malo era que al llegar a casa tenía yo por la espalda un reguero de residuos de lo más molesto.
Otro aspecto fueron los grupos de amigos; voy a referirme a dos aunque de uno de ellos no tengo imágenes. Éste último era el formado por Enrique Jaimez (Agapito), Desiderio, Flojeras, Fajardo, Lorite, Lopera, Pepe Muros (Richard) y Pacheco el de la imprenta. Se caracterizaban por el buen humor y lo buenas personas. Algunos ya no están entre nosotros pero no se olvidan.
El otro grupo, más juvenil, no se quedaba atrás en ningún aspecto y organizábamos no sólo frecuentes saraos, sino excursiones como puede verse:
Citaré a los que se ven, pero no me olvido de los ausentes en esa foto. Mi gran amigo Antonio Moyano (Antonio García Moyano) de pié, su mujer Mary, Antonio Olivares de rodillas, otro gran amigo y otro profesor del Instituto que se integró en Loja, Ana su mujer detrás; Pepe Luis Muñoz (el gordo) en cuclillas, detrás mi mujer de oscuro y Encarna, la suya, un poco preñada de lo que en el tiempo ha resultado ser un arquitecto de campanillas.
Antonio Moyano merece alguna mención complementaria. Había sido compañero de la Facultad aunque no ejerció, tenía un establecimiento comercial en Loja; casualmente vivíamos en el mismo edificio y casi hacíamos la vida juntos. Tenía una suerte de suegra, Modesta, que envidiábamos todos, y era una buenísima persona. Digo era, porque hace poco que le picó otra «moscarda» y nos dejó bastante joven. Entre otros recuerdos, el del día que murió Franco: 
Muy temprano, suspendidas las clases, fuimos a la Venta del Rayo a recoger a su mujer Mary (la bella Mary entre nosotros) para irnos por ahí los cuatro de «fruslerías». Llegamos a las doce al Rincón de la Victoria al restaurante Bellamar y en el mostrador empezó todo, digo todo porque fue llegar y dijimos «de todo». Después a Torremolinos a tomar café a La Nogalera; lo del café es un decir, si puedo añadir que compramos un disco de Jacques Loussier; a las tantas volvimos. Inolvidable.
Del resto puedo igualmente decir que se recuerdan muy en positivo.
No están en la foto Enrique Vargas, Paco Moya,  Antonio Barranco, «Campitos», el gordo Campos, que igualmente eran entrañables al igual que sus parientas.
Pero ya lo dejo aquí que va a parecer esto una especie de «Cuéntame».
El curso 1980-81 fue el último en Loja y por concurso de traslados volví a mis orígenes en la enseñanza oficial, el Padre Suárez.

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