Cuando a una cosa se le alude en negativo, in-correcto en este caso, creo más conveniente aclarar antes que se entiende por lo positivo. ¿Qué es políticamente correcto?, resumiría en «decir lo que ni piensas ni sientes para no molestar a otros que ni te lo van a agradecer».
Pues por eso, aunque hayan pasado casi tres meses desde la última entrada en este blog, me da la impresión, me pide el cuerpo no andar con tonterías y seguir en lo «políticamente incorrecto» como resumen de sinceridad y dosis de heterodoxia.
Comoquiera que en este intervalo se celebraron las XI Jornadas de la Asociación en Murcia, encuentro con socios y amigos, oír intervenciones, ver posturas y egos, etcétera, reitero que en lo posible he sido incorrecto, tanto que en mi comunicación me presenté de esta guisa:
Oiga, la mar de fresquito, desentonando eso si, con los grises o marrones o cuadritos que caracterizan a los «correctos», pero a cambio mi intervención (no tengo abuelas ni falta que me hace) fue bastante digna.
Pues eso, dándole vueltas a lo correcto e incorrecto, han caído en mis manos escritos muy sustanciosos sobre la actualidad (y realidad) educativa que no es que sea incorrecta, es de pesadilla. ¿Son correctos los términos acuñados por los «psicopedabobos»?, no entiendo lo de «procedimentales o actitudinales o tantas cosas que inflan al lenguaje ya que en si mismas no quieren decir absolutamente nada. Todavía espero que alguien me explique con claridad que qué es eso de «educar en valores» o «poner en valor»; lo primero en todo caso sería enseñar, así de simple, ya que enseñando se educa, al revés no, lo segundo sería sencillamente «valorar». Pero voy a dejar estas disquisiciones por ahora ya que merecen una (o varias) entradas. Amenazo con volver al asunto.
Mientras, y siguiendo con lo «políticamente incorrecto», inserto esta sorprendente imagen que puede ser elocuente:
Tomada en mi despacho-confesionario del Museo, se trata de un águila pescadora que tiene la cabeza de un conejo. Pura heterodoxia bautizada como «águila conejera»; cuando alguien la veía preguntaba ¿y eso es de verdad?, muy serio se respondía que naturalmente, que si había águila culebrera o águila perdicera porqué no habría culebrera, algunos por respeto a la autoridad intelectual asentían asombrados; se les explicaba:
Durante aquellas obras de finales de los 80 y comienzos de los 90, hubo bastante frivolidad en algunas de las actuaciones, concretamente en el cuidado de los elementos museísticos. A esa águila (un ejemplar magnífico que hacía pareja con otro que afortunadamente se salvó) se le desprendió la cabeza, la misma que sirvió para que algunos operarios jugaran con ella en el patio y que fueron observados desde el Bar Maype cuyo dueño y amigo (Antonio Cáliz) me informó al instante pero desgraciadamente yo era ajeno a toda esa actuación, estaba de concejal y lo que pude hacer fueron llamadas telefónicas sin éxito: águila decapitada. Al conejo, que estaba entero y era grandísimo, se le conservó en algún lugar tan inapropiado que estaba literalmente podrido por dentro, hecho harina y con el riesgo de polillas y ácaros que contagiarían a los bien conservados. Albertini, el restaurador que confiaba en mi buen humor, tuvo la iniciativa de esta quimera que al momento aplaudí. Cabeza de uno con el cuerpo del otro.
Espero que en estas vacaciones cumpla con más entradas, que motivos hay.