«Expertos» y aparatos (II)

Es evidente que mucha simpatía por los expertos no manifiesto, copio el término de homeopatía educativa de Alberto Royo, que me parece muy acertado.
Ahora bien, esto no es nuevo, que viene de comienzos del XIX. Es irónico que fuera precisamente en Alemania, donde estaban las prestigiosas casas Leybold’s y Kohl que fabricaban y suministraban aparatos científicos y didácticos para todo el mundo, entre otras, donde se recomendó por el gobierno que en lo sucesivo no se adquirieran por los centros esos aparatos, que fueran los propios alumnos los que los fabricaran. Comenzaba la invasión psicopedaboba. ¿Cómo va a fabricar un alumno una máquina de vacío?¿O un frasco de Wolf?¿O un prisma de difracción?… es tonto extenderse en comentarios, pero eso si, los fabricantes tuvieron que reorientar su mercado y sus productos. Por un lado, algunos editaron magníficos catálogos en español para ampliar mercado y dar salida a los instrumentos ya hechos, y por otro aparecieron nuevas casas para aprovechar las tendencias.
Por orden:
¿Cómo van a fabricar los alumnos una maravilla como ésta?:

Se trata de una «Sirena de Seebeck»; al insuflar aire, gira el disco perforado y según la espita que se abra e incida en las perforaciones dará un sonido más grave, más agudo, con menor o mayor frecuencia, etcétera; una especie de «tocadiscos neumático». Las consecuencias didácticas son evidentes.
Pero no, la tendencia fue el comienzo de aparatos aplicados a la psicología y antropometría tales como estos:
¿Cabeza gorda?, ¿Ancha o estrecha? ¿Dolicocéfalo o braquicéfalo?
O este:
¿Tienes los labios caídos?¿Las cejas altas?. «Tu cara no me gusta, forastero»

El mejor:
¡¡¡El madibulómetro!!!. La verda es que no se que consecuencias se pueden sacar de sus aplicaciones salvo considerar si le cabe en la boca el jamón entero o en lonchas o tacos, o cuestiones estéticas de la barbilla en cuyo caso alguna familia real no saldría bien parada.
Voy a ser considerado, ¿y si después de aplicar estos artilugios que han sustituido a los instrumentos científicos en los centros de enseñanza, ya tenemos datos para saber las «necesidades específicas de aprendizaje» (jerga psicopedaboba)?. Pues personalmente lo dudo, lo que si se me viene a la memoria es que años más tarde las aplicaciones de esa antropometría tuvo mucho que ver con la idea de la «supremacía de la raza aria». ¿Casualidad?.
No me resisto a traer aquí a uno de esos aparatos supuestamente medidor de reflejos; su nombre fetén, que no es fácil de encontrar es «Clasificador de Couve», pero como de una forma o de otra viene a medir la gilipollez, pues eso, Gilipollómetro. Por lo adecuado lo llevé (previo permiso de la superioridad) a una sesión de la Sociedad Patafísica dedicada a «los inventos del Dr. Frank de Copenhage» y a Benejam uno de sus dibujantes (TBO). Como puede suponerse todo transcurrió patafísicamente, es decir, abstenerse los de determinados resultados del mandibulómetro.
Adjunto el recorte de prensa del acto y casi abajo se puede contemplar el «Gilipollómetro». En su interior tiene un tubo en el que se introducen fichas circulares con un número; mediante un motorcito van saliendo por una ranura a cierta velocidad. Se van cogiendo e introduciendo por la ranura correspondiente al número que salga, pero para «entretener» al sujeto estas ranuras están puestas verticales, horizontales u oblicuas. Si se retrasa, la ficha cae a un cajoncito y mientras sale la siguiente. Mientras más se acumulen en el cajoncito, ¡¡¡más gilipollas eres!!!; ahora bien, el listo piensa «yo meto las fichas donde sea, corresponda el número o no, y así no se acumulan!!!. TONTO, tras la prueba hay un casillero tras la tapa con las ranuras (oh!!, ocurrencia de Couve) con los números correspondientes, mientras más fichas estén equivocadas volvemos a decir ¡¡¡más gilipollas eres!!!; es decir, que este cacharro, sin duda patafísico, mide la jilipollez humana por dos parámetros, fichas acumuladas en el cajoncito y fichas equivocadas en el casillero. (ver las imágenes).
Aprovecho para decir que ese acto fue entrañable pero sólo apto para personas con buen humor e inteligencia. Gracias, Andrés Sopeña.
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