Ya no sirve excusarse de tardar tanto tiempo en hacer una nueva entrada; costumbre mía.
La cuestión es que me gusta escribir cuando no tengo demasiadas «moscas mentales» y que no me haya abandonado el humor.
Pues desde la última, lo primero es que se me (nos) han ido tres buenas personas, dos antiguos compañeros del Instituto (Rafael Revelles y Juan Gallego) y un magnífico amigo desde los tiempos de Bachillerato, Blas Muñoz, con el que últimamente organizábamos encuentros con los demás. Ha sido elegante hasta para morirse, acostado como un reloj y no levantado, sin dar la lata con achaques ni convalecencias ni dependencias de ningún tipo. Descansen todos en paz.
Y mientras, el «potaje catalán».
No es mi norma incluir aquí opiniones políticas, pero ante la cantidad de «miasmas pútridas» que se han soltado en estos días, y acontecimientos difíciles de calificar, se me viene a la memoria alguna curiosidad que otra.
¿Se conoce lo suficiente que el INVENTOR (y digo INVENTOR) de la sardana era oriundo de Alcalá la Real, provincia de Jaén?; al parecer inventó también esa especie de dulzaina para la música.
Item mas; en su momento (y me temo que la inercia continúa) tanto Albéniz como Granados no tuvieron éxito en cataluña (y eran catalanes de pura cepa), al punto de que fueron denostados con el argumento de que su música era «demasiado andaluza». Sin comentarios, pero el hecho es que en la actualidad en toda Cataluña sólo hay un Instituto, en Badalona concretamente, que se llame Albéniz. A Granados ni lo encuentro. Pues las conclusiones sobre un tipo de sociedad que piensa y actúa de esa forma, entre otras, que las saque cada cual.
Vamos a algo más festivo.
Como ya se dijo en otras entradas sobre el Museo (el de Ciencias del Padre Suárez en el que me dejé las pestañas), mi última labor fue el hacer un catálogo/inventario de los instrumentos de Física y Química expuestos. Como en su momento no despertó el interés que hubiera deseado, al menos para imprimirlo, en un primer momento lo imprimí completo gracias a mi amigo Alfredo que lo hizo en su centro sin ninguna pega (amigos que tiene uno). Otro amigo se interesó por su publicación (Miguelino) y manos a la obra. La Diputación de Granada lo ha editado sin ningún problema y ha quedado una cosa preciosa. Se presenta pasado mañana y como de costumbre lo hará Andrés Sopeña (y va de amigos) que es mi presentador de cabecera y lo hace de p.m.. El libro ha quedado en formato cuadrado, como aquellos libros estupendos del BUP que editó Anaya:
Cubierta y contracubierta.
José Szmolka (que figura como coautor) es otro amigo que no regateó horas en hacer fotos que no fueron pocas.
Para dejar este aspecto, incluiré como viene siendo costumbre, alguna imagen de otro «cacharro»:
Se trata del «Gran resonador de Savart». Un ejemplo de restauración, ya que todas y cada una de las piezas que lo componen estaban separadas y tiradas, vamos, lo que se dice «desmembrado» y había que intuir para qué era ese cilindro de madera, el soporte, un vástago de hierro que atraviesa todo atornillándolo y que podía corresponder a cualquier aparato… un desastre y que al final quedó de primera comunión. Al accionar la campana mediante un macillo o el arco de violín en un borde, el resonador (en azul) recoge el sonido y según se acerca o aleja lo sigue emitiendo durante un buen rato y lo amplifica. Algo así como lo que hacían los antiguos griegos colocando en el escenario grandes vasijas para ampliar la voz de los actores.
Un apunte que me tiene entretenido. A finales de octubre me pegué un tropezón en una calle supuestamente pija de Madrid, caí sobre la rodilla derecha y la tengo hecha la romería de El Rocio, rótula, ligamentos y menisco afectados. Me queda aun tiempecito. Mientras voy con bastón aunque algo mejor.
Ah!, el pasado 18 cumplí la friolera de setenta años, y como lo pasamos de lujo prefiero dedicarle otra entrada, que no se mezclen cosas, que los boquerones fritos mojados en el chocolate deben estar fatales.