Días de mosqueo (I)

Lo dicho, quizás me esté volviendo un cascarrabias.
Voy a seguir intentando no entrar en cuestiones políticas, pero el intervalo entre la entrada anterior y esta no me lo pone fácil.
Si pinchas en un informativo digital, te vienes abajo con los titulares, y si comparas los de varios te vuelves majarón; claro está que uno es mayorcito y tiene capacidad de seleccionar.
Piensas (en un ataque de audacia), voy a salir a dar un paseo y dejo todo esto. Cuidado, riesgo extremo en una ciudad turística como en la que vivo; los coches de choque ahora están disfrazados de  grupos capitaneados por alguien con un paraguas. Ni acceso a un semáforo, ni por las aceras ni nada que no sea un riesgo de chocar con una carretilla o con ese invento de 1972, la maletita (o maletón) con ruedas, que transitan con total impunidad abusiva y con ese ruido que ya Pérez Reverte relató con acierto. Y si nos refugiamos en un bar, cosa que a los que me conocen no les sorprenderá, pues a aguantar la prepotencia de los proveedores que no se porqué además siempre hablan a gritos con sus carpetones inmensos o un ordenador que no te dejan sitio, a ti, al que está allí para consumir y si no tienes sitio es él el que no vende. Sin contar con que haya niños, que últimamente van en unos cochecitos que son autocares. En su día di ejemplo y el cochecito que usaba era de aquellos como un bastón plegable, pero ahora se llevan modelo tractor con remolque; he llegado a ver y no es broma, cochecitos dobles como para mellizos, para un sólo niño y el otro asiento para cachivaches. Literal.
Repito, soy un cascarrabias.

Entre la atmósfera que apunto, me ha dado por recordar algún momento simpático y reciente, que también los hay, y enlazando con lo extranjero se me viene a la memoria mi reciente viaje a Lyon por aquello de la participación en las Jornadas de «cacharritos científicos antiguos» que organizan los de la ASEISTE (los curiosos que tecleen en Google y verán que esa asociación no es baladí). Pues Lyon es una ciudad bellísima, bastante cara, tiende a elitista y el personal es «muy francés», entiéndaseme.
Pero como uno tiene un olfato especial, históricamente reconocido, encontró en la Rue Duguesclin (ni más ni menos, como el de la «Beltraneja») un establecimiento de los suyos, un bar caótico donde en el mostrador había desde figuritas de negros tocando el saxo, jarrillas con flores mustias, montones de papeles y revistas, hasta cartones con huevos; completaba la decoración una máquina de apuestas y un televisor retransmitiendo complementariamente carreras de caballos. El resto del espacio estaba ocupado por tresillos con la tapicería hecha un crucigrama y cojines para gatos que eran los dueños y señores y clientes pasivos. Nada más verlo me dije, este es mi sitio. Entré y el establecimiento estaba atendido y regentado por una señora muy delgada y ya metida en años. Con mi francés chapurreado pedí dos vinos, similares a un rioja de los nuestros a dos euros cada uno. Para ser Lyon era un chollo. Volví al día siguiente y la cosa prosperó. Se llamaba Nelly, preguntó que de dónde era y al decir que de Granada en Andalucía se le iluminó la cara y exclamó ¡¡¡»le soléil, tres beau»!!! Total, que nos hicimos esa foto, Nelly era encantadora:

Se evidencia el caos.

Y lo dejo aquí, aunque tengo más peroratas pendientes, pero lo anterior me reconcilia con el buen humor. Prometo volver pronto.

3 comentarios en “Días de mosqueo (I)

  1. Teresa Juan

    Querido Luis, yo no sé si se es cascarrabias o que hay ciertas cosas que nos desbordan absolutamente, una de ellas, el ruido, el individualismo y que todo vale. No quiero caer en el tópico de que todo los anterior era mejor, en absoluto, pero en ciertos aspectos nos lo están poniendo difícil.
    Muy bueno recordar esos felices encuentros con la dama de Lyon!
    Un beso

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